PINAMAR.- Godzilla tiembla. Es la segunda vez que pisa la arena y le tiemblan sus cuatro patas, su cuerpo diminuto y sus orejas. No le gustan ni el viento de la costa ni el mar. Prefiere estar lejos del agua, pero siempre sigue a Mercedes, su dueña, y es porque quizás así se sienta a salvo. Ella lo sostiene con una correa de menos de un metro y se acerca al mar. Godzilla tira.

Hace un año que a Mercedes (21) le regalaron este chihuahua para que le hiciera compañía en Buenos Aires, donde iría a estudiar fonoaudiología. La primera vez que el perro pisó la arena fue en Mar de las Pampas apenas hace unos días. Ese día, Godzilla abrió lo más que pudo sus patas para hacerle frente a ese suelo que se le desmoronaba. Pero en estos días, de a poco, se va haciendo amigo de la playa.

“El perro en las vacaciones sufre mucho estrés. Pero siempre les aclaro a los clientes que mucho más estresado estaría si se queda lejos de ellos”, explica el médico veterinario Federico Martin, dueño de una veterinaria en el centro de Pinamar.

En temporada, a Martin se le llega a triplicar la cantidad de animales que atiende por día. Las afecciones más comunes en los perros turistas son los problemas de piel asociados al estrés, el sol, el calor y la arena caliente; los problemas digestivos por el consumo de agua salada y arena; y una de las patologías más preocupantes es el golpe de calor.

Por esto último, un perro falleció hace unos días. “Dejan al perro un ratito encerrado en la camioneta o atado a la sombrilla, y el animal recibe constantemente el sol, se eleva mucho la temperatura y empieza un proceso de deshidratación y un caos general que termina generando un síncope”, cuenta Martin.

Marisa De Rosa (43) es dueña de Ringo, un maltés de 6 años que se lastimó por mojarse las patas en el mar, y su hermana tiene a Benjamín, un caniche toy de once años con problemas cardíacos. En la casa donde veranean hay 11 personas, tres perros y un gato. Hace unos días Benjamín estuvo a punto de morirse. Finalmente en una veterinaria de Pinamar lograron salvarlo.

La veterinaria donde Marisa lleva a Ringo en Capital le dijo que si quería trasladarlo a la playa le pusiera protector. Pero Marisa prefiere ir con él los días que haya nubes, y mantenerlo lejos de los peligros.

Rufin es un caniche apricot color té con leche, pero sobre todo es un perro que le ladra a casi todo lo que ve. Está sujetado con una soga extensible, larga, que Graciela Álvarez ató a la reposera para que no se escape. Tiene miedo de perderlo. Hace unos días vio un perro batata y otro salchicha en la calle, solos, cruzando la calle y sintió angustia. “Lo ideal sería que los balnearios tuvieran un lugar donde poner a los perros que se perdieron así uno sabe dónde pueden estar”, dice.

Nicole Gaspes (22), la dueña de Pucca, una mini doberman de 7 años, dice que aunque la perrita ya conoce la playa, cada vez que va se le hace una especie de pasta en el ojo. Entonces ella le prepara un té de boldo o manzanilla, lo pone en la heladera y cuando está frío se lo pasa con algodón. Es que, aunque le haga mal, le encanta la arena.

Algunos veraneantes que no llevan a sus perros se sienten molestos por tanto animal en la playa. A la mañana son muchos los que pasean por la orilla sueltos o atados, pero siempre bien pegados a sus dueños. A la tarde, otros tantos se reparan a la sombra o se meten al mar. Las arenas pinamarenses, sin embargo, están limpias. No hay excrementos, y si sus mascotas deciden hacerlo, la mayoría de los dueños lleva su bolsita para juntarlo. Aunque en muchos balnearios no se permita el ingreso de animales, en la zona de playa libre Godzilla, Ringo, Rufin, Pucca y cientos de perros más viven sus propias vacaciones.

 

Fuente: La Nación