Los perros sufren un desorden del comportamiento llamado Trastorno Compulsivo Canino; una periodista con TOC relata su experiencia con ellos

Con curiosidad, y quizás ansiedad, estoy mirando un bull terrier llamado Sputnik, buscando una similitud. Él es robusto y tiene tres años, es principalmente de color gris pizarra, con una raya blanca en la cabeza y una mancha rosa en su nariz alargada de bull terrier. Hasta ahora, nuestra única similitud es que los dos estamos esperando en un tráiler que funciona como sala de exámenes en la escuela de veterinarios de la Universidad de Tufts, Massachusetts.

Sputnik tiene trastorno compulsivo canino (TCC) y está en Tufts para realizarse un chequeo con Nicholas Dodman, un veterinario que ha estado estudiando TCC por más de dos décadas. Yo estoy presenciando esta visita para aprender sobre el trabajo de Dodman y, de manera egoísta, también aprender sobre mí misma; fui diagnosticada con trastorno obsesivo compulsivo (TOC) unos meses atrás.

Cuando Dodman comenzó a ver a estos perros, supo que tenía en sus manos un modelo animal potencialmente ideal para estudiar el TOC humano. Pero en 20 años de estudiar perros, descubrir genes que podrían estar involucrados y nuevas vías neuronales, un problema ha nublado su búsqueda continuamente: el debate sobre si el TCC realmente puede ser comparado con el TOC humano. “Cuando está relacionado con problemas mentales, las personas se bloquean mentalmente”, dice él. “La mente es considerada como exclusivamente humana”.

Yo trato de mirar a Sputnik a los ojos. Él permanece cerca de su dueño, Dan Schmuck, echándome un vistazo de vez en cuando. Sputnik era un perseguidor de su propia cola, y podía dar vueltas por horas sin parar. Ahora, está completamente quieto. Como yo, parece que mantuviera ese tipo de comportamiento fuera de la mirada pública.

Hace dos años, después de rescatar a Sputnik de un refugio, Schmuck realizó un viaje de negocios. Su madre lo llamó y le dijo que su nuevo perro había comenzado a perseguirse la cola y que ella no lo podía detener. Al principio, Schmuck y su esposa pensaron que era divertido. Hicieron un video del joven cachorro dando vueltas y se podía oírlos riéndose de fondo. Pero pronto el humor desapareció.

“Era como si yo no existiera”, Schmuck explica. “Su cabeza giraba abruptamente hasta su hombro, y se quedaba mirando su cola como si su peor enemigo le estuviese devolviendo la mirada. Lentamente comenzaba a perseguir, y lo hacía más y más rápido, hasta que su cabeza golpeaba contra cualquier pared que él se chocara. A pesar de golpearse tan fuerte, y que uno pensaría que iba a sacar una conclusión, él lo siguió haciendo hasta que sus dientes y cola comenzaron a golpear la pared y dejaba sangre por todo el lugar”.

Schmuck tuvo que dejar de trabajar por unos días para quedarse en casa y contenerlo físicamente. Sostenía la cabeza de Sputnik con una mano, y le pasaba el brazo alrededor de su parte trasera hasta que se calmara o se quedara dormido. “Luego se despertaba y yo podía sentirlo.podías sentir que su cabeza comenzaba a girar abruptamente, como si él estuviese pensando en eso. Era una situación insostenible”.

Cada raza, cada obsesión
Dodman ha visto este tipo de rotación muchas veces. Perseguirse la cola es un comportamiento compulsivo común en perros, y específicamente en bull terriers. Determinadas razas tienen determinados comportamientos que se muestran en el TCC. Los bull terrier dan giros, los doberman lamen sus extremidades y chupan su zona inguinal, los labradores agarran objetos o mastican piedras y los king charles spaniels ladran a moscas imaginarias.

Como el TOC humano, que comúnmente se enfoca en lavar, acumular, contar o verificar, las compulsiones caninas se ajustan a categorías claras. Y mientras estos comportamientos pueden sonar triviales, se llevan a cabo hasta el extremo. Dominan el exceso de alimento, de sueño y todas las funciones básicas. En algunos casos, pueden ser fatales.

Sputnik se aparta de la seguridad de la sombra de Dodman, tímidamente comiendo golosinas para mascotas. Su cola cuelga inocentemente entre sus patas, y me es difícil imaginarlo dando vueltas, maníaco, fuera de control en una pileta de su propia sangre. “Durante los últimos dos años, ha pasado de ser un perro que iba a tener que ser sacrificado, a ser un perro normal”, dice Schmuck. “Quizás mire su cola una vez por día. Es un milagro”.

Schmuck ahora toma Prozac, junto con algunos otros medicamentos para moderar su comportamiento. ¿Sputnik podría ser como yo, una persona con TOC? ¿Estaba pensando en su cola en ese preciso momento, en algún lugar de su mente perruna?

“No podemos acceder a los pensamientos de los animales, entonces los puristas solo lo llaman trastorno compulsivo canino, no trastorno obsesivo compulsivo”, dice Dodman. “Pero a todo el mundo le parece, cuando Dan sostiene la espalda de Sputnik, que constantemente piensa en eso. Es una obsesión”.

Tenía siete, quizás seis, cuando me di cuenta de que mis manos estaban sucias. Las podía lavar y luego estarían limpias. Pero si tocaba algo- el pasamano, mi ropa, el sofá, un picaporte- estarían sucias de nuevo. Eso era fácil de arreglar, solo las lavaba una vez más. Hasta que tocaba algo más, y el proceso se repetía.

En casa no era un problema. Me podía lavar las manos cuando sintiera que no estaban limpias. Pero en la escuela, a la hora de la merienda, en los viajes de estudio; no siempre había un lugar en el que pudiera lavarme las manos. O, el dilema sin salida, el baño público de la escuela o del cine que no estaba lo suficientemente limpio. No podía estar realmente segura de que mis manos estaban limpias. Idee un montón de técnicas para mantener la limpieza de mis manos. Cuando salía a comer los fines de semana con mis padres, me lavaba antes de salir, cerraba los puños con fuerza, y los escondía en las mangas hasta que llegábamos al restaurante. O no comía las partes de la comida que había agarrado con las manos. Dejaba la parte inferior de las papas fritas y descartaba los bordes de los sándwiches.

Inventé un juego que jugaba con mis amigas en el cine: inclinarnos para agarrar los pochoclos con nuestras lenguas. Cuando las luces se atenuaban, ellas volvían a comer los pochoclos con normalidad; yo continuaba inclinándome.

Esto continuó por un par de años, hasta cuarto grado. Aún recuerdo la primera comida que ingerí sin lavarme las manos. Era una colación de gomitas de fruta que habían repartido en un programa de actividades extraescolares al que asistí. Abrí la bolsa de plástico, las agarré con mis dedos y las puse directamente en mi boca. Incluso puede que haya chupado la punta de mi dedo índice un poco. No sabía por qué de repente yo era diferente, pero me sentí contenta. Era libre, normal. No sabía qué me había mantenido encadenada todos esos últimos años, pero estaba feliz de que hubiese terminado. Ese día repetí la porción, de mi sabor preferido, uva.

En 1989, se publicó un libro de ciencia popular llamado “El chico que no podía dejar de lavarse las manos” (The Boy Who Couldn’t Stop Washing, en inglés). Su autora, Judith Rapoport, en ese entonces Jefa del área de psiquiatría infantil en el Instituto Nacional de Salud Mental en Estados Unidos, había estudiado y tratado todo tipo de enfermedades neuropsiquiátricas, pero se vio atrapada por una fascinación por el TOC. Las personas con TOC debían participar en rituales y compulsiones minuciosos para apaciguar extrañas convicciones: que acababan de matar a alguien, que todo estaba contaminado, que de algún modo habían pecado, que las cosas debían estar únicamente correctas.

Antes de que saliera su libro, el TOC era considerado como algo poco frecuente. Ahora sabemos que afecta del 1 a 3 por ciento de la población. El libro de Rapoport fue unos de los primeros pasos del TOC en ser foco de atención- continuó con Oprah y Larry King Live. Millones de personas comenzaron a comprender algo de sus propios comportamientos extraños, o los de sus amigos y miembros familiares. Pronto Rapoport comenzó a recibir cartas y llamados, incluidos algunos con preguntas que ella no esperaba.

“Un montón de ellos hablaban acerca de sus perros”, dice ella.

Las personas escribían que sus perros también tenían estos comportamientos, especialmente lavado excesivo. ¿Ella pensó que tenían TOC? Fue una idea interesante. “Si las personas hacen una pregunta extraña, encógete de hombros” dice ella. “Pero si 20 personas la hacen, presta atención”.

Curar al perro del veterinario
Siendo ella dueña de un perro, fue a su veterinario a consultar acerca de la dermatitis acral por lamido, un comportamiento de TCC común, cuando un perro lame o chupa su garra o pata hasta que la piel y la carne están desgastadas, y es causante de infección, amputación y a veces muerte. Su veterinario le dijo que sí, que la dermatitis acral por lamido era un problema severo sin buenas opciones de tratamiento, y que su perro sufría de lo mismo. Ella preguntó si estaba dispuesto a probar con medicamentos, los mismos medicamentos que se les otorgan a las personas con TOC, que incrementan los niveles de serotonina química del cerebro.

“Le aplicamos a su perro una dosis que estimamos, dado el peso de los perros y el de las personas, y el perro tuvo una respuesta notable”, dijo ella. “Podrías decir que todo esto comenzó cuando curé al perro de mi veterinario”.

Motivada, Rapoport diseñó un estudio controlado de doble ciego. Los perros con dermatitis acral por lamido recibieron uno de los dos medicamentos para TOC orientados a la serotonina, o un placebo, o un antidepresivo que funcionaba para la depresión pero no para el TOC y no alteraban los niveles de serotonina. Los resultados fueron “espectaculares”. El único grupo que mejoró fue el grupo que tomó los medicamentos que afectan la serotonina.

Aún así, Rapoport tomó sus descubrimientos con cuidado. Como psiquiatra, dice que por lo general necesita saber lo que sus pacientes piensan acerca de sus compulsiones para brindarles un diagnóstico de TOC certero: “Los pacientes con TOC tienen percepción y dicen, ‘Mire, esto es muy vergonzoso, pienso que es loco lo que hago, pero no puedo detenerme'”, explica ella. “Bueno, no podés obtener ese tipo de información de los animales, entonces los modelos animales son a menudo muy limitados para la psiquiatría”.

Después de publicar sus descubrimientos, volvió a los pacientes humanos. Pero su trabajo llamó la atención de un anestesiólogo veterinario interesado en comportamiento: Nicholas Dodman.

Dodman notó que utilizando diferentes medicamentos podía cambiar la manera en la que se comportaban los animales. En caballos, pudimos “encender” ciertos trastornos repetitivos que en el mundo de los jinetes se llamaban vicio de comportamiento del padrillo (stall walking, en inglés) o vicio de morder objetos duros y tragar aire al hacerlo (cribbing, en inglés). Junto con Louis Shuster, un profesor de bioquímica y farmacología en la escuela de medicina de Tufts, hizo la pregunta que lanzaría su carrera en comportamiento animal: si podían encender un comportamiento, ¿podrían también apagarlo?

Dodman y Shuster reunieron caballos con problemas severos, que caminaban de un lado a otro y mordían las vallas, y les suministraron antagonistas de narcóticos- el opuesto a la morfina. Todos se detuvieron.

“Este comportamiento se ha mantenido durante doscientos años en caballos en cautiverio y nadie sabía por qué”, señala Dodman. “Nosotros pudimos mostrar que de alguna forma lo podés encender y apagar; que eso estaba provocado por un desequilibrio relacionado con los neurotransmisores”.

La hipótesis inicial de Dodman y Shuster era que los medicamentos estaban bloqueando los opiáceos naturales del cerebro, deteniendo el comportamiento porque el animal ya no se sentía bien llevándolo a cabo. En otros experimentos, esa teoría no se sostuvo. Entonces luego teorizaron que el interruptor de encendido y apagado que habían descubierto, en realidad se encuentra en el efecto de los medicamentos sobre los receptores NMDA, que interactúan con un químico del cerebro llamado glutamato. Dodman y Shuster pensaron que quizás cortar el glutamato de alguna forma era detener el comportamiento.

Para probar su teoría, Shuster fue a una tienda local y compró una botella de Delsym, un medicamento para la tos que contenía dextrometorfano, que también bloquea el NMDA. Con él alimentaron a un poni llamado Cinnamon Bun, un mordedor severo.

“Él lo tragó y detuvo su comportamiento de morder”, dijo Shuster. “El medicamento para la tos puso sus labios rosas, lucia bastante extraño, pero funcionó”.

Dodman abrió una clínica de comportamiento animal en Tufts para expandir su investigación a otros tipos de animales, y los pacientes comenzaron a llegar de a poco. Vio todo tipo de mascotas: más caballos, gatos y pájaros, pero comenzó a reducir su enfoque a los perros.

La fascinación por las razas
La razón por la que la genética canina es tan fantástica es en una palabra”, me dice Elaine Ostrander. “Razas”.

Ostrander es la jefa de área de genética del cáncer y genómica comparativa en el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano (EE.UU.), y ha trabajado en la genética de perros durante 25 años. Su laboratorio desarrolla bases de datos de genomas de perros para buscar genes que pudieran ser importantes para la salud animal o que se puedan usar en seres humanos. Ella dice que han explorado todo desde enfermedades infecciosas hasta cáncer, incluida la diabetes, fallas de riñón, retinosis pigmentaria y gota.

“Si querés comprender el sustento genético de una enfermedad compleja, sabemos que hay muchos genes involucrados”, dice ella. “En poblaciones humanas, hay docenas de genes que contribuyen. Cada familia es un poco diferente. Algunos genes parecen hereditarios, algunos parecen no serlo, es un mosaico muy complejo. En perros, se simplifica ese mosaico”.

Dentro de una raza, los perros son genéticamente muy similares. Pero también entre razas de perros relacionados, Ostrander puede ver semejanzas. Mediante la búsqueda de genes patológicos en perros enfermos de razas estrechamente relacionadas, ella puede excluir falsos positivos; si cuatro razas similares con una enfermedad tienen el mismo gen, uno que no tienen perros no afectados, ella sabe que tiene un candidato fuerte.

En 1994, Dodman se unió con Alice Moon-Fanelli, una genetista de comportamiento animal, para ayudarlo a comenzar a explorar la genética de los perros de sus pacientes. Ostrander tenía la información genética y Moon-Fanelli comenzó a reunir fenotipos, la expresión de esos genes: incluidos los detalles de comportamiento de cada perro, junto con su raza, pedigree, edad de inicio, y cualquier otra cosa que pudiera ser de utilidad.

Moon-Fanelli dice que cuando comenzaron su proyecto, la idea de TCC- incluso no como modelo, solo como un trastorno independiente- no era generalmente aceptado. Los comportamientos repetitivos de los animales eran considerados “estereotipias”- acciones sin sentido que eran resultado de un ambiente pobre o aburrimiento, como tigres caminando de un lado al otro en la jaula de un zoológico. “Comencé preguntando, ‘¿por qué es esto diferente?'”, dice ella. “Y mirando casi 400 bull terriers a lo largo de los años, y todos los doberman y gatos, resultó claro que no era por un ambiente deficiente. Estos animales eran mascotas, tenían vidas buenas en hermosos hogares”.

Los síntomas de los perros generalmente comenzaron cerca de la pubertad, como es a menudo en el caso de las personas. Los comportamientos compulsivos se extienden en líneas familiares, como en las personas. Y de la misma forma en la que la psicología humana tuvo que darse cuenta que el TOC humano no era resultado de la crianza, la medicina animal estaba haciendo lo mismo.

Un demonio en el ADN
“De una especie viviente a otra, sabemos que ellos se están obsesionando y que están poseídos por demonios que no pueden controlar”, dice Moon-Fanelli. “Es lo mismo con las personas. Solo que la gente habla un mismo lenguaje y nos pueden contar lo que están pensando. Tenemos que desarrollar nuestra interpretación y tratar de ser objetivos, basados en lo que vemos en sus comportamientos”.

Pamela Perry, una conductista del Colegio de Medicina Veterinaria de la Universidad de Cornell, no está interesada en el trabajo de Dodman. Ella trata a los animales que tienen una variedad de problemas de comportamiento, y dice que mientras las estereotipias y compulsiones a menudo se pueden superponer, ella reconoce una diferencia. Está de acuerdo con que no sabemos con seguridad que los animales se estén obsesionando. Pero ha visto perros que no solo persiguen luces y sombras compulsivamente: incluso se levantan antes del amanecer y esperan que el sol emita sombras que luego ellos pueden perseguir. Otro cliente había comprado un nuevo lavarropas, y su perro esperaba que lo prendiera y giraba durante todo el ciclo.

“Si están esperando y anticipando, personalmente pienso que podemos suponer que en algún punto se están obsesionando”, dice Perry.

Identificar el TOC
A pesar de tener una de las manifestaciones típicas de TOC, lavarse las manos, nunca se me ocurrió a mí o a nadie que me conociera que tuviese TOC. Siempre he sido ansiosa, lo suficiente como para haber requerido terapia de conversación muchos años atrás y me considero una persona con trastorno de ansiedad generalizado.

Mis ansiedades siempre estuvieron relacionadas a un tema en común: limpieza, enfermedad, salud, gérmenes. También tengo fobia a vomitar, lo que me obsesiona a diario. Pienso en vomitar probablemente 10 a 14 horas del día, y de manera activa evito situaciones que creo me causarán sentir que tengo o tener nauseas. Pensé que esto era la ansiedad- estar preocupado sobre un conjunto específico de cosas.

En psicoterapia, discutimos “las razones” de mi ansiedad. Mis padres son científicos y yo aprendí sobre los gérmenes a una edad muy temprana. Mi padre también estaba preocupado por los gérmenes y la limpieza, envenenamiento por comida y seguridad de los alimentos. Me gustaba tener el control, y vomitar era una pérdida total de control, una ventana a la vulnerabilidad, Estas sesiones me hicieron sentir mejor, y pienso que mis obsesiones disminuyeron un poco como resultado. Sentí que saber sus orígenes y raíces me ayudarían a manejarlas, ayudarían a hablar de ellos quitándoles importancia.

Mirando hacia atrás, pienso que mi incapacidad de reconocer que tenía TOC tenía origen en la creencia que, como humana, tenía control sobre mis comportamientos y pensamientos. O que si no lo tenía, era por pensamientos humanos más profundos- si podía revelarlos, recuperaría el control.

Parte de esto puede sonar entendible, sin embargo, un poco exagerado. Pero como los perros, u otros con TOC, lo que determina un trastorno es la cantidad de perturbación en la vida diaria. Estaba pasando horas y horas pensando, limpiando, preocupándome, obsesionándome.

Ahora, cuando como, tengo que comer en completa soledad, y si hay alguien más en la habitación, no puedo comer. Yo simplemente. no puedo. Cuando como, si la comida necesita calentarse en el microondas, tengo que programarla en un número extraño, por lo general 4 minutos y 37 segundos. Luego, tengo que detener el microondas a los 37 segundos, aunque 27 o 17 también son aceptables. (Mientras hago esto, recuerdo con extraño cariño que en mi niñez el número del microondas siempre tenía que ser el 29. Es como recordar a un amigo imaginario). Mientras como, cada vez que trago, tengo que tocar suavemente o agarrar la punta de mi nariz y mirar hacia arriba al costado izquierdo más lejano de mi campo de visión.

Además de los rituales alimentarios, mis otras obsesiones empeoraron mucho. Empecé a tirar comida la basura de manera compulsiva, comida que sabía- lógicamente- estaba buena para comer. Pero los miedos a la contaminación se apoderaron: ¿Qué pasa si se puso feo? ¿Y qué si la heladera no enfría lo suficiente? ¿Y si esta bolsa de frutos del bosque congelados estaba en un lugar del freezer donde el aire no circulaba correctamente?

El año pasado, mientras estaba viajando, no estaba bajo ningún tipo de tratamiento, ni siquiera terapia de conversación. Cuando regresé a Nueva York en enero, me inscribí en un ensayo clínico para personas con ansiedad en la Universidad de Columbia. Mientras estaba siendo evaluada, mis entrevistadores eventualmente preguntaron, ¿Tenés alguna fobia o ansiedad que no esté relacionada con tu TOC?

La pregunta me paralizó. ¿Tengo TOC?

El origen del trastorno obsesivo compulsivo
No sabemos exactamente qué es lo que falla en el cerebro para causar TOC. Lo que sí sabemos es que un conjunto de medicamentos conocidos como los ISRSs (como el Prozac), que incrementan los niveles de serotonina, parecen ayudar- pero solo a algunas personas. Aproximadamente la mitad de las personas tienen respuesta a los ISRSs, y una respuesta “exitosa” puede resultar tan pequeña como la reducción de los síntomas en un 35 porciento. Como dice un análisis reciente sobre los tratamientos para TOC: “Esto significa que incluso los pacientes que responden al tratamiento pueden continuar teniendo niveles de síntomas de un rango leve a moderado y a diario pasan horas preocupados con sus obsesiones y compulsiones”

Crea usted en un modelo de perro o no, una cosa se está volviendo más clara en la investigación del TOC: la serotonina no es la historia completa.

Como ha advertido Dodman, el glutamato parece ser importante. Neuroimágenes recientes de personas con TOC han mostrado un flujo sanguíneo mayor y una activación en los circuitos cortico-estriado-talámico-cortical, una red que enlaza los centros profundos del cerebro con la corteza prefrontal. Este área está dominada por las vías del glutamato, que se creen generan el movimiento y pensamiento controlado, y modulan las rutinas conductuales. Algunos investigadores del TOC ahora hipotetizan que los ISRSs funcionan no gracias a la serotonina, sino porque detienen la liberación de glutamato. Nuevos trabajos, de análisis de los niveles de líquidos espinales cerebrales en personas con TOC, encontraron que tenían niveles de glutamato significativamente más altos.

“El problema con el gran número de trastornos conductuales es que no tenemos una indicio preciso sobre cuál es el cambio molecular subyacente”, dice Ed Ginns, un neurólogo y genetista que trabaja con Dodman. “Si al menos podemos conseguir eso, estamos seguros que, con más investigaciones moleculares y clínicas, se pueden identificar las vías e incluso blancos potenciales para el tratamiento”.

Cuando conoció a Dodman, Ginns había estudiado enfermedades tales como trastorno bipolar y depresión en poblaciones genéticamente cerradas como los amish. Para él, nunca fue un problema que la prueba de Dodman haya sido desarrollada con dobermans y terriers. Dice que fue convincente porque, como en la condición de los amish- y a diferencia de otros modelos animales- los trastornos de los perros habían aparecido naturalmente.

“Estas no son creaciones artificiales”, señala él. “Estos son pacientes que entran a su oficina con un problema conductual real. No depende de nosotros suponer cuál pensamos que puede ser el gen o el cambio en un ratón que puede ser modelo de una enfermedad”.

La primera colaboración de Ginn y Dodman fue un análisis extenso del genoma; compararon 92 zonas inguinales que lamían los doberman pinschers con 68 doberman de control. Obtuvieron un acierto estadístico en lo que Dodman llama “oasis genético”- allí solo había un gran gen para mirar, llamado cadherina neural o CDH2. En el cerebro, la CDH2 está involucrada en el desarrollo de los receptores de glutamato.

“Fue un gran gen”, dice Dodman. “Todos simplemente respiramos hondo y dimos un paso atrás. Este era el primer gen conductual relacionado con el TOC, y uno de los pocos genes conductuales que han sido descubiertos”.

El siguiente paso fue buscar la CDH2 en personas. Dodman y Ginns llevaron su investigación a los Institutos Nacionales de la Salud estadounidenses, y allí un grupo analizó la información que tenían de personas con TOC. Los resultados no fueron concluyentes. Encontraron una sugerencia de que algunas variantes de CDH2 podrían ser relacionadas con el síndrome de Tourette, pero esa evaluación también era vaga.

“No encontramos nada de otro mundo”, dice Jens Wendland, un médico y psiquiatra que fue coautor en la investigación. “Pero para ser justo, ahora sabemos que el grupo necesitaba ser mucho, mucho más grande, al menos una orden de magnitud mayor, para estar adecuadamente impulsados para llevar a cabo eso. Hicimos lo mejor que pudimos con los medios que teníamos disponibles en aquel momento”.

Wendland piensa que la secuenciación ha avanzado lo suficiente y que es más beneficioso analizar a los seres humanos que rehacer cualquier análisis en los perros. Él se muestra escéptico de que alguna vez podamos estar realmente seguros de que los síntomas de los perros se puedan corresponder con los de los humanos. “Nunca lo sabremos con seguridad, entonces podrías discutir ¿por qué deberíamos tomar este salto de fe desde el principio?”, dice él.

“Yo preferiría comenzar a trabajar en la biología de genes identificados en investigaciones humanas, no obstante lo desafiante que eso pueda ser. Como oposición a comenzar con un gen aplicado a un comportamiento en no humanos en el que nunca puedo estar seguro si es realmente efectivo para la condición que quiero tratar”.

En 2008, Dodman decidió tomar la iniciativa y llevar sus teorías a un entorno clínico. Durante muchos años, ha estado discutiendo su trabajo con Michael Jenike, fundador del Instituto del Trastorno Obsesivo Compulsivo en el Hospital de McLean, en Belmont, Massachusetts. Jenike disfrutaba de sus charlas con Dodman, pero no estaba convencido. Tal como Judith Rapoport, él dice que el problema con los perros y pájaros y ratones es que al menos que él pueda hablarles, no les puede realizar un diagnóstico adecuado de TOC. Aun así, él estaba dispuesto a hacer la prueba de suministrar a algunos de sus pacientes memantina, un medicamento dirigido al glutamato, normalmente utilizado para tratar el Alzheimer, que Dodman había comenzado a suministrar a perros con TCC severo.

En un grupo de 44 pacientes, todos tomaron un medicamento para aumentar los niveles de serotonina, pero a la mitad también se les suministró memantina- y funcionó. En aquellos a quienes se les suministró el medicamento de glutamato, los síntomas se redujeron en un 27 por ciento en promedio, comparado con el 16.5 porciento para los otros. No es perfecto, pero Jenike continúa utilizando esta combinación de medicamentos con pacientes que no están respondiendo bien a los ISRSs. Dodman y Shuster ya habían patentado la combinación de medicamentos como un tratamiento para el TOC, pero su oficina de transferencia tecnológica en Tufts no pudo conseguir empresas farmacéuticas interesadas. Sin embargo, una investigación posterior ha apoyado la idea de que ambas vías, la de la serotonina y la del glutamato, deben ser abordadas cuando se trata el TOC.

En imágenes cerebrales de sus doberman compulsivos, Dodman encontró que tenían anomalías estructurales asociadas con el TOC en humanos. En febrero de 2016, un grupo dirigido por Dan Stein, Jefe del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental en la Universidad de Ciudad del Cabo, publicó los resultados de un nuevo examen del gen CDH2 en humanos. Su muestreo se realizó con 234 personas con TOC y 180 controles saludables, y sus descubrimientos fueron más concluyentes que en el examen anterior: encontraron dos diferencias en el gen CDH2 que parecían estar correlacionadas con el TOC, aunque Stein dice que se necesita más trabajo para comprender totalmente la conexión.

El último trabajo de Dodman, publicado en 2016, compara perros que tienen casos severos y leves de TCC. Encontró dos áreas de interés en el genoma. El primero tiene un equivalente humano que está asociado con un aumento en el riesgo de esquizofrenia, y el otro alberga genes receptores de serotonina.

A partir de estos últimos descubrimientos y su conexión con la serotonina, Dodman tiene una nueva teoría. Piensa que el gen CDH2, que involucra al glutamato, es necesario para que un perro tenga una predisposición genética al TCC, en primer lugar. Un humano puede tener un gen de predisposición diferente, pero Dodman supone que también involucra glutamato. Los genes de serotonina, piensa, son modificadores que controlan hasta qué punto un perro tiene TCC (o una persona tiene TOC). Ahora espera que alguien busque genes modificadores similares en humanos, o amplíe el tratamiento habitual del TOC para que incluya a ambas vías, la de serotonina y la del glutamato.

Dodman aún cree que cualquier duda en aceptar investigación del TOC humano basada en un modelo de perro, no yace en dudas específicas acerca de la validez del modelo, sino en un problema filosófico mayor: la dificultad en aceptar que nuestras mentes pueden estar más cerca a la de los perros de lo que nos gustaría creer.

“Ayuda mucho ser veterinario”, dice él. “Porque una de las cosas que dicen las personas cuando sos veterinario es: ‘debe de ser tan difícil aprender todas esas diferencias entre las distintas especies’. La respuesta es que no lo hacés. Los que aprendés a hacer es a apreciar las semejanzas”.

Forzándome a verme a mí misma como un animal, uno que podría ser sobrepasado por comportamientos innatos, me ayuda adarme cuenta de lo que significa tener TOC. Los incesantes pensamientos de vómito y limpieza, y mis rituales de alimentación, son lo mismo que un perro dando vueltas y vueltas. Las vueltas incluso me proporcionaron una metáfora visual adecuada para comprender. Cuando los comienzan los pensamientos o miedos, es como un Whirlpool: girando, centrifugando, ganando impulso y succionando toda lógica o razón hacia el fondo, fuera de vista. Como humana, estoy enfurecida cuando no puedo detener mis pensamientos obsesivos. Como animal, tiene sentido que no pueda detener mis compulsiones o miedos hablando. Es fácil aceptar que el circuito neural dañado de un perro cause que se persigan las colas. Estoy trabajando en conferirme a mí misma ese tipo de compasión.

Al día siguiente de estar con Sputnik, me encontré con Bella, otra bull terrier que solía dar vueltas pero, luego de un tratamiento, se ha detenido casi por completo. La dueña de Bella, Linda Rowe-Varone tiene un relato similar al del dueño de Sputnik: un día su dulce cachorra comenzó a dar vueltas, y nada de lo que pudiera hacer la detenía. Como Dan Schmuck, ella me cuenta que casi llega a un punto crítico.

“Hubo un momento en el que ella daba tantas vueltas que pensé que ya no la podía tener más en mi casa”, dice con lágrimas en los ojos. “Y el doctor Dodman continuo diciéndome, ‘solamente esperá, esperá, tenés que darle un poquito más de tiempo’. Y estoy realmente feliz de haberlo hecho”.

Bella está activa, jugando y corriendo alrededor de la sala de examen. Rowe-Varone nos cuenta que Bella también está obsesionada con las pelotas, y tiene que limitar el tipo de juguetes a los que se expone. Me pregunto ¿dónde marcan el límite los veterinarios? Todos los perros tienen un juguete preferido, con el que aman jugar. ¿Cuándo lo llaman obsesión? (¿Cuándo pasé de ser una persona a la que le gustaba estar limpia, a ser alguien obsesionada por la limpieza?). Rowe-Varone dice que tiene que mantener las pelotas escondidas en el garaje, si Bella las viese, se sentaría afuera de la puerta del garaje durante horas.

“No es que ellos sean perros y nosotros humanos”, me dijo Ginns. “Es que ambos grupos sufrimos del mismo cuadro clínico que trastorna nuestro desarrollo y vidas. Y es esa descripción la que para mí define el comportamiento compulsivo”.

Respiro profundamente. Solamente esperá, esperá, tenés que darte un poquito más de tiempo.

Por: Shayla Love

Fuente: La Nación