Finalizando el año y haciendo un recorrido por este 2020 no podía dejar de tocar algunos temas que conciernen a la Salud Pública.
Hemos presenciado, en carne propia, el impacto de las enfermedades zoonóticas en la salud mundial. Esto había sido predicho ya con anterioridad por la ciencia. Pero también existen enfermedades conocidas desde hace décadas, que están ahí, que cada tanto tienen una visualización, pero en términos generales se encuentran desatendidas. Una de ellas es la enfermedad de Chagas, descripta por primera vez en 1909 por Carlos Chagas en Brasil.
En nuestro país, Salvador Mazza trabajó incesantemente sobre este parásito y sus aportes son invaluables.
El Trypanosoma cruzi es un parásito extra e intracelular responsable de esta enfermedad en las personas, que afecta a unos 7 millones de individuos y amenaza a 100 millones más en América Latina (OMS, 2019).
Según los últimos datos de la Argentina, existen 1,5 millones de personas infectadas y 7.300.000 que viven en zonas de riesgo de transmisión vectorial. Este parásito se transmite a través de algunos integrantes de un grupo de insectos (conocidos como triatominos), siendo el principal representante para nuestra región, la vinchuca Triatoma infestans. Durante la noche, las vinchucas pican a las personas y al finalizar el proceso de alimentación, se llenan de tanta sangre que defecan en el mismo lugar. En las heces, se encuentra el parásito.
Cuando las personas se rascan, se producen pequeños micro traumas en la barrera cutánea que permiten el ingreso de los tripanosomas. También existen otras maneras de transmisión de esta parasitosis siendo una de la más importante, la vía connatal (de madre a hijo). La enfermedad de Chagas genera un abanico de cuadros clínicos, siendo lo más frecuente las complicaciones cardiacas en pacientes infectados desde hace muchos años.
¿Cuál es el rol de los perros?
Actúan como reservorio de este parásito e inclusive presentan diferentes manifestaciones de la enfermedad (Caldas et al. 2013, Vitt et al. 2016). Son reservorios porque cuando adquieren la infección, su sistema inmunológico no puede resolverla y proveen del parásito al vector en el momento de la alimentación.
La transmisión se produce de la misma manera que en los humanos, por las deyecciones de las vinchucas que toman contacto con la piel traumatizada por el rascado o con las mucosas. En perros se han comprobado otras vías de transmisión como la ingesta de triatominos o sus heces, la transmisión connatal y potencialmente, la vía galactogena (Barr et al, 1995, Skyes J, 2014).
Al igual que en los humanos, en los perros se encuentran descriptas las tres fases de la enfermedad: aguda, subclínica y crónica con afección, en mayor o menor grado, del miocardio. El cuadro agudo se produce en perros menores a los 6 meses y se caracteriza por miocarditis severa, letargia, fiebre, esplenomegalia, linfoadenopatias, mucosas pálidas y en ocasiones, diarreas (Skyes J, 2013). El ECG se mantiene normal o solo se detectan arritmias ventriculares durante el ejercicio (Barr et al., 1991). Sin embargo, durante la fase crónica, algunos perros desarrollan, después de 8 a 36 meses de la infección primaria, una miocardiopatía dilatada.
La misma se puede manifestar con signos clínicos de insuficiencia derecha y en menor grado, izquierda (Barr et al, 1991).
Algunos animales presentan en esta fase, muerte súbita. La miocardiopatía dilatada por infección crónica de Chagas es indiferenciable con respecto a la cardiomiopatía dilatada que presentan algunas razas de perro grandes y gigantes (Barr et al., 1995).
La patogenia por la que se produce la miocardiopatía dilatada no se encuentra totalmente dilucidada pero probablemente sea por mecanismos inmuno-mediados, toxinas producidas por el parásito y lesiones en la microvasculatura por la trombocitopenia (Andrade et al., 1994; Zingales et al., 2012).
Los veterinarios debemos estar atentos teniendo en cuenta el nexo epidemiológico o los antecedentes de vida y el historial clínico de los perros que tengan sospecha de la enfermedad. Por otro lado, en zonas de circulación vectorial de esta parasitosis, el uso de collares con piretroides sintéticos es clave ya que tiene como objetivo mitigar el riesgo de transmisión (Reithinger et al., 2005; Gürtler et al., 2009, Fankhauser et al., 2015).
Recientemente, se obtuvieron buenos resultados con el uso del fluralaner (del grupo de las isoxazolinas) en perros a fin de reducir las poblaciones de triatominos y controlar potencialmente la transmisión de T. cruzi (Loza et al., 2018).
07/12/2020
Fuente: Vet. Pablo Borrás – PeriódicoMotivar