El papel de los animales de compañía es cada vez más importante, al punto que definen el éxito o el fracaso de una pareja
Cuando Valeria Montari se enteró de que iba a tener un bebe, su gran preocupación fue Leopoldo, su amado bulldog francés que habían adoptado con su marido, Diego, cuando decidieron irse a vivir juntos, ya de grandes. “Leopoldo fue nuestro primer hijo y con él hicimos todo lo que no teníamos hacer. Le dimos un amor infinito, pero con cero límites -reconoce-. Lo pusimos en un lugar que no correspondía. Por eso, cuando quedé embarazada, recurrimos a una especialista porque nos dimos cuenta de lo que se venía. Si no hubiésemos reaccionado a tiempo, la convivencia hubiera sido imposible y, probablemente, habría tenido, con todo el dolor del mundo, que dejar a Leopoldo al cuidado de otra familia”, dice esta abogada, de 38 años, mamá de Baltasar, de siete meses.
A tono con los tiempos que corren, donde las parejas cada vez retrasan más el momento de paternidad y muchas veces depositan ese amor filial en una mascota, los problemas surgidos de la convivencia con animales se repiten hasta el punto de tener que recurrir a un especialista en conducta animal para restablecer la paz y la armonía hogareña. Son muchos los programas y la bibliografía que dan cuenta de estas situaciones de convivencia poco feliz. A la figura de César Millán, el “encantador de perros”, se sumó la de Jackson Galaxy, su equivalente, pero en gatos. Su programa, My cat from hell (algo así como Mi gato del infierno) es uno de los más vistos de la señal Animal Planet.
Entre los conflictos más frecuentes están los novios que deciden convivir y deben lograr que sus mascotas congenien entre sí o con el nuevo conviviente; lidiar con animales que tienen serios problemas de comportamiento, y conflictos relacionados con las decisiones en torno a la crianza de esos animales, donde uno de los dueños es más permisivo que el otro. A ellos se le suman parejas que, ante la llegada de un hijo, se preocupan por ver cómo integrar a la nueva realidad familiar a una mascota que, hasta ese momento, había sido el centro de la casa, como en el caso de Valeria, Diego y su bulldog francés.
“Leopoldo tenía acceso irrestricto a todos los lugares de la casa, dormía con nosotros, le dábamos de comer nuestra comida mientras nosotros estábamos cenando, se subía a todos lados, incluso dormía encima de Diego. Recuerdo que era imposible tener una reunión en casa porque se ponía nervioso con los ruidos y se angustiaba al tener que compartirnos con otras personas”, relata Valeria, al asegurar que hoy lograron, los cuatro, una convivencia feliz. “Seguimos los consejos que nos dio una especialista, y Leopoldo recibió superbien al bebe. Verlos jugar nos llena de placer”, cuenta, aliviada, Valeria.
Lejos de ser un tema menor, los dueños de perros y gatos con mal comportamiento padecen las consecuencias del mal carácter del animal. Karina Díaz, dueña de Frida, una boxer de diez meses a la que adoptó con su pareja cuando tenía apenas 60 días de vida, reconoce que hubo momentos en que se preguntaba si podían seguir conviviendo. “Frida era muy desobediente y no respondía a ninguna consigna -describe-. Yo ya había tenido cachorros y notaba que el comportamiento de ella se pasaba de lo normal. Había días que estaba tan estresada que llegaba llorando al veterinario, no sabía qué hacer.”
Después de varias consultas, dieron con el origen de su mal comportamiento: Frida había sufrido un destete demasiado temprano de una madre muy, muy joven. Eso había generado un cuadro de ansiedad que impedía un buen vínculo con sus dueños. Hoy, después de varios meses de tratamiento con Silvia Vai, médica veterinaria especialista en comportamiento animal, Karina asegura que Frida es otra perra, aunque reconoce que todavía faltan cosas por trabajar. “Antes de tener a Frida, no tenía idea de que un animal demandara tanto. No tengo hijos, pero sí sobrinos y mi hermana me asegura que le dan menos trabajo que mi perra.”
El primer paso para resolver estos problemas es reconocer los errores. Y el segundo, pedir ayuda, algo que la mayoría de las veces se hace tarde. “Estos problemas son más frecuentes de lo que se cree, por eso, antes de empezar una convivencia donde hay mascotas, conviene hacer una evaluación del comportamiento de cada animal -dice Vai-. En un tiempo prudencial, se puede lograr una convivencia armónica y segura”, afirma. En su extensa trayectoria, dice, vio de todo: desde un perro muy agresivo con los felinos que se iba a vivir a la casa de la pareja de su dueño que tenía un criadero de gatos, hasta perros que son tratados como bebes y canes con una hiperactividad que hace imposible la convivencia. En la mayoría de los casos, asegura, hay final feliz. Aunque, para eso, es fundamental la buena predisposición de los dueños del animal.
“La pareja debe colaborar, remar para el mismo lado. Lo primero es evaluar el comportamiento de todos y después el ambiente, o sea, el espacio físico disponible porque muchos de los conflictos tienen que ver con la falta de espacio. Razas grandes en departamentos pequeños suelen ser sinónimo de problemas. Con los gatos es posible ampliar territorio con la altura, pero con los perros, no”, dice Vai, que atiende en el consultorio, o se traslada hasta el domicilio del paciente. También utiliza filmaciones.
Cuando Martín Fernández se fue a vivir con su novia, buscó un departamento que aceptara mascotas. Y en plural. Él, dueño de Kamikaze, un perro que en ese entonces era cachorro, y ella, dueña de Zarco, un gato adulto de ocho años, tenían claro que el mayor desafío para ellos era que sus mascotas congeniaran.
“Cuando nos fuimos a vivir juntos, estaba muy en claro la importancia que tenía cada mascota para el otro. Yo no era muy amigo de los gatos; ella, en cambio, se llevaba bien con los perros. Muy de a poco, el gato fue tomando confianza y hoy se acostumbraron a convivir. Si bien no son amigos, se toleran lo más bien”, asegura Martín.
Pero al principio de la convivencia, hubo que hacer acuerdos: aunque Martín se reconoce más duro que su mujer en el momento de poner límites a los animales, finalmente, terminó cediendo y hoy comparte la cama con Zarco, que dormía con su dueña desde antes de la convivencia, y con Kamikaze, que adoptó esa costumbre cuando se produjo la mudanza a su nuevo hogar. “Me daba cosa dejar al perro en el piso y mi novia ni loca dejaba de dormir con Zarco. Lo mejor es dar un trato igualitario, no hacer diferencias”, opina Martín.
En el caso de Estefanía Sangiovanni, dueña de Yoko, de seis años, la adaptación de la perra a la presencia permanente de su novio, Iván Redini, fue sencilla: “Congeniaron desde el principio. Cuando conocí a Iván, yo ya tenía a Yoko, y ninguno de los dos tenía chance: debían gustarse. Hoy la perra es de los dos y está integrada a todos nuestros programas, la llevamos a todos lados”, dice Estefanía, que al no tener hijos reconoce que cría a Yoko como si fuera un niño. “Ella es el centro”, admite su dueña, que, como ambos trabajan todo el día, le pide a su mamá que vaya a la casa a cuidar a Yoko para que no esté sola.
Lo que sí hay es una lucha por el espacio de cada uno en la cama: “Yoko dormía conmigo, nos sobraba lugar. Ahora, con Iván hay que acomodarse. Al principio a él le parecía extraño que durmiera con la perra, pero ya lo aceptó”, dice Estefanía, que no tiene planes inmediatos de hijos, con lo cual, Yoko seguirá ejerciendo el reinado por un tiempo largo.
Fuente: La Nación