Pocos rincones de la geografía nacional han quedado a salvo de las temperaturas sofocantes. En época de desempolvar abanicos y ventiladores el malestar físico se convierte en una constante tanto bajo el sol de justicia vespertino como durante las noches abrasadoras tan repetidas recientemente. Y aunque las chicharras son los únicos animales que ponen el grito en el cielo cuando los mercurios acarician los escalones más altos, el resto de la fauna sufre con distinta susceptibilidad el candor del aire. Muchas mascotas, aunque silentes en sus quejas, pueden llegar a ser muy vulnerables a la sobreexposición a un ambiente tan hostil. Y más que tratarse de un problema para los felinos, los cuales suelen vivir en casas y gozan de un sistema de autorregulación de temperatura que les permite sudar con cierto resultado, los perros son los que peores consecuencias pueden afrontar por el calor.

José Manuel Ríos es veterinario en Córdoba, una ciudad que, según las estadísticas, es el punto más caliente de la Península. De acuerdo con los datos de la Asociación Española de Meteorología, en la localidad andaluza se registró el pasado domingo una máxima de 43,7 grados, la segunda temperatura más elevada durante un mes de junio en España desde 1982. Y en estas condiciones, los animales se resienten. José Manuel recuerda haber atendido cinco casos de golpes de calor en perros sólo en el mes pasado. El último que atendió por este motivo fue un can de raza bulldog. El animal llegó a la consulta con, entre otros síntomas, dificultades para respirar y escasez de movilidad. Además, el dueño comentó que había vomitado previamente. Para evitar complicaciones se procedió a realizarle una analítica que confirmó la deshidratación y la hipertermia. Suministraron oxígeno y suero al perro mientras lo mojaban con agua no excesivamente fría para devolverlo a su estado habitual. «Tenía una temperatura corporal por encima de 40 grados cuando lo normal es que esté entre los 38 o 39», afirma el profesional que lo trató. «Era un caso típico de golpe de calor, los bulldog son una raza propensa para sufrirlo y el perro vivía en un piso normal y corriente».

Y es que el sistema de regulación de la temperatura de los canes se complica en las razas de hocico corto, como también les ocurre a los pequineses o a los bóxer. «Los perros tienen glándulas sudoríparas, pero su eficacia no es muy alta. Apenas sudan y se regulan por la saliva y por la lengua y, en menor medida, también por la nariz y las orejas. Por eso jadean tanto en verano», sostiene el veterinario. Sin embargo, en las razas mencionadas el sistema respiratorio no es tan capaz como pudiera ser el de un galgo o un beagle.

Asimismo, los otros factores de riesgo más recurrentes en este aspecto son la edad y las patologías que pueda sufrir el animal. «Tanto en los cachorros como en los perros ancianos el sistema de autorregulación no funciona tan bien como lo hace en un adulto. Si se produce un golpe de calor en un adulto, entiendo que es por una negligencia del dueño. Y siempre es más habitual que se dé en un perro con obesidad, problemas respiratorios o cardiovasculares», sostiene el profesional de la clínica cordobesa. No obstante, las complicaciones van más allá de una ligera indisposición y llegan a poner en peligro la vida del can: «La falta de oxígeno puede producir un ‘‘shock’’ nervioso, el derrame cerebral es frecuente y el riñón, con fallos renales, y el corazón, con daños en el miocardio o arritmias que pueden llegar a ser mortales, también suelen verse afectados. Si se sigue sin tratar, el golpe puede provocar trombos en distintas partes del cuerpo que dan lugar a un fallo multiorgánico», advierte José Manuel.

Sentido común: la mejor prevención
Las prácticas para evitar que el animal pase por un episodio de riesgo implican no someterlo a una temperatura o a una humedad ambiental demasiado altas, disminuir su carga de ejercicio físico, tenerlo en espacios amplios, evitar pasearlo durante las horas más cálidas del día, hidratarlo continuamente y mantener su pelaje recortado para que sea capaz de regular mejor su temperatura. De la misma forma, puede suponer un notable peligro dejar al can en el coche aunque se haya puesto el aire acondicionado previamente, ya que esto aumenta la humedad del habitáculo y dificulta la respiración del perro.

 

Fuente:  La Razón